Una de las problemáticas que siempre afronta la humanidad es la modernidad. Los tiempos cambian y, aunque pese, se necesita cambiar con ellos o se perece.
A mi bisabuela, cuando tenía la edad de las flores, siempre le dijeron que el mundo se dividía en dos bandos: el azul y el rosado. Este último tenía que respetar y obedecer al azul, porque era el encargado de traer el sustento al hogar.
Ello significaba que podía estar siempre en la calle y no tenía que rendir cuentas a nadie que no fuera de su propio color.
Pero llegó el siglo XX y las cosas cambiaron. La crisis de los años 1920 obligó a pensar diferente: el bando rosado –por necesidades del bando azul y después por motivos de guerras mundiales-- salió a la calle y exigió derechos que iban desde el respeto a sus congéneres hasta las licencias por maternidad, igualdad de salario para iguales puestos de trabajo y ya avanzado el siglo, sobre todo en Cuba, el derecho a ocupar puestos de dirección y de rango militar en las fuerzas armadas.
La bronca no fue fácil, pero se logró, por lo menos de palabra, --aunque no siempre de hecho-- una igualdad que el bando azul no pensó, en tiempos de mi abuela, que sería capaz de asimilar…
Hoy en día mi profesor de literatura diría que “son cambios de paradigmas imprescindibles en toda sociedad”, y que: “…lo que se necesita es tiempo y valor”, para decirlo finamente y no aludir a las posturas de gallina.
Los tiempos cambian, es verdad, y lo digo porque ahora la sociedad también plantea los derechos de bandos que aún no definen sus colores, pero en realidad tienen derecho a ser como quieran ser. No es justo discriminarles por ello. A las personas se les valora por sus aptitudes y actitudes y no por sus preferencias. En fin: Paradigmas por paradigmas, todos al final se rompen. Esperemos que por siempre, para lograr la plena igualdad de derechos y deberes entre los seres humanos.
Hasta la próxima…
Ana Valdés Portillo.
anacaridad@tvyumuri.icrt.cu
A mi bisabuela, cuando tenía la edad de las flores, siempre le dijeron que el mundo se dividía en dos bandos: el azul y el rosado. Este último tenía que respetar y obedecer al azul, porque era el encargado de traer el sustento al hogar.
Ello significaba que podía estar siempre en la calle y no tenía que rendir cuentas a nadie que no fuera de su propio color.
Pero llegó el siglo XX y las cosas cambiaron. La crisis de los años 1920 obligó a pensar diferente: el bando rosado –por necesidades del bando azul y después por motivos de guerras mundiales-- salió a la calle y exigió derechos que iban desde el respeto a sus congéneres hasta las licencias por maternidad, igualdad de salario para iguales puestos de trabajo y ya avanzado el siglo, sobre todo en Cuba, el derecho a ocupar puestos de dirección y de rango militar en las fuerzas armadas.
La bronca no fue fácil, pero se logró, por lo menos de palabra, --aunque no siempre de hecho-- una igualdad que el bando azul no pensó, en tiempos de mi abuela, que sería capaz de asimilar…
Hoy en día mi profesor de literatura diría que “son cambios de paradigmas imprescindibles en toda sociedad”, y que: “…lo que se necesita es tiempo y valor”, para decirlo finamente y no aludir a las posturas de gallina.
Los tiempos cambian, es verdad, y lo digo porque ahora la sociedad también plantea los derechos de bandos que aún no definen sus colores, pero en realidad tienen derecho a ser como quieran ser. No es justo discriminarles por ello. A las personas se les valora por sus aptitudes y actitudes y no por sus preferencias. En fin: Paradigmas por paradigmas, todos al final se rompen. Esperemos que por siempre, para lograr la plena igualdad de derechos y deberes entre los seres humanos.
Hasta la próxima…
Ana Valdés Portillo.
anacaridad@tvyumuri.icrt.cu